miércoles, 28 de mayo de 2014

LA HISTORIA DE EDWARD DRAKE (ILUSTRADA)


Ya ha salido a la venta la versión ilustrada de mi relato La historia de Edward Drake, con los dibujos de Roser Boutín. Se puede acceder a la librería digital en este enlace: Bubok España. También puede comprarse desde Colombia, en este enlace: Bubok Colombia (mi página en Bubok Colombia: http://stivenmorales.bubok.co/).

RELATO POR ENTREGAS 8


Llego al laboratorio. Cierro los ojos y comienzo a pensar en mi hermano, y recuerdo cómo de niños nos pegaba nuestro padre cuando bebía demasiado.  Ese recuerdo siempre me ha alterado. Creo que funcionará. Me enfrento al primer policía, de guardia en la entrada del escenario. Lo toco con fuerzo y queda tieso bajo una capa de hielo. No ha tenido tiempo de reaccionar. Avanzo, una puerta y otro policía. Como mi acción ha sido silenciosa y rápida, está desprevenido y lo congelo también sin alertar a los demás.

El siguiente paso es la sala donde está el cadáver. Nunca me había movido tan rápido y ágil, y mi dolor de espalda parece haberse desvanecido. He de aprovechar mis poderes, y ahora hay tres agentes en esa sala. Comienzo asaltando al más cercano, y luego salto para tocar a los otros dos, que están juntos. Han quedado atrapados en una masa de hielo. Tengo vía libre.

Veo el cadáver, abierto en canal. Me acerco. Examino sus brazos y detecto señales de numerosas  inyecciones. Eso me hace pensar en la noche que estuve secuestrado. A mí también me inyectaron.

Escucho ruido y me escondo. Aparece Maxwell, y llega solo. Está alterado, porque ha visto a los agentes congelados. Comienza a dar vueltas por la sala, como buscando algo. Grita: “¡Sé que estás aquí! Espero que entiendas lo especial que eres. A éste lo maté porque no funcionó”.


Salgo de mi escondrijo. Estoy enfurecido. Sudor frío. Maxwell me mira. Saca un arma y no me da tiempo a reaccionar. Dispara. Noto el golpe de la bala en mi pecho, pero rebota y cae al suelo, aplastada por su propio impulso. Siento mareo. Voy a caer. Estoy en sus manos.
 
 Continuará...
 
 
Stiven Peláez & Josep Pradas

lunes, 26 de mayo de 2014

RELATO POR ENTREGAS 7


Vicky se recupera. Le acabo de explicar, y ella se compromete a ayudarme. Nos repartimos los papeles. Yo ya no puedo volver a la comisaría, ni a mi casa. Sólo conservo la pistola de Maxwell. Le devuelvo sus cosas y la pistola Makarov. Ella regresará a su puesto, como si nada hubiera pasado, y desde la comisaría accederá al caso Jonhs, porque ahí está la clave. Estaremos en contacto. Comparé un móvil desechable y la llamaré, pero nunca le diré dónde estoy. No deben sospechar nada, porque ahora ella está cometiendo un delito y se juega su carrera.

Nos separamos. Vicky regresa en coche y yo he de tomar un autobús. Debo ir con precaución, quizás han difundido mi imagen por la televisión. Suerte que de noche apenas hay viajeros. Cuando llegue a Nueva York, Vicky estará a punto de comenzar su turno en la comisaría. Entonces hablaré con ella, como hemos acordado. Ahora sólo tengo que esperar. Aprovecho el viaje para dormir.

Amanece. Estoy llegando al centro de la ciudad. Necesito una copa. En cuando bajo del autobús entro en el primer garito que veo y pido ginebra. Voy a llamar a Vicky. Compré un móvil desechable entes de subir en al autobús, y espero que reconozca mi llamada a pesar de ser un número desconocido.


Llamo. Oigo el tono. Pasan varios segundos y no contesta. Es posible que esté con más gente y no pueda hablar. Quizás Maxwell ande cerca. Desisto. Esperaré unos minutos antes de volver a llamar. Pido otra ginebra. No tienen pistachos.

Otro intento. Al cabo de unos segundos escucho su voz al otro lado. ¡Qué suave, su voz! Susurra para que no la oigan. Y me encanta. Me dice que ha habido otro asesinato, también en Chinatown. Han encontrado en cadáver en una especie de laboratorio médico. Estaba en una mesa de operaciones, con el cuerpo abierto en canal. Vicky me pasa la dirección y voy a intentar colarme en el escenario de este nuevo crimen antes de que se lleven pruebas importantes. Si me pongo nervioso, quizás funcione mi poder de congelación y consiga colarme entre los policías que vigilan el lugar.


Continuará...

Stiven Peláez & Josep Pradas


sábado, 24 de mayo de 2014

RELATO POR ENTREGAS 6


Abro el grifo del lavabo para lavarme la cara. El agua se congela al tocar mis manos. Me asusto. Me pongo nervioso, no sé qué hacer. Abro un armarito y encuentro botellas vacías. Las lleno intentando no tocar el agua. He de ir con cuidado y dominar esto que me pasa, no sea que toque a alguien y le haga daño. ¡Vicky!

Tengo las botellas delante. Meto el dedo en la primera. Nada. Ocurre lo mismo con la siguiente. ¿Por qué? Al cabo de un momento suenan sirenas de policía en la carretera. Me da un salto el corazón. ¡Nos han encontrado! Golpeo una botella de agua y se esparce el líquido a mi alrededor. Al tocarlo se congela. Creo que mis poderes se activan cuando me altero.

Ha ido de poco. La policía ha pasado de largo. Suerte que dejé el coche en la parte trasera el motel, pero no tenemos mucho tiempo, nos acabarán encontrando tarde o temprano.

Regreso a la habitación e intento hablar con Vicky, que se niega a mirarme. Le explico que estuve secuestrado durante una noche y que posiblemente experimentaron conmigo. No me cree, me clava su mirada desafiante y comienza a gruñir bajo la mordaza. Se la quito, esperando que no grite. Conserva la calma. Me dice que no me cree, pero que está dispuesta a escucharme si la desato de la butaca. Lo hago y me siento frente a ella. Me dispongo a hablar, pero entonces ella salta con gran agilidad. Se nota que es joven. No puedo dejar que se escape. Salto yo también. ¡Mi espalda! Me lanzo al suelo, tras ella, y consigo alcanzarle un tobillo. Cae estrepitosamente. Le he congelado el pie entero.

Compruebo que si me altero se activan mis poderes, pero todavía no sé controlarlos. Lo mejor de todo es que Vicky lo ha visto y quizás ahora me crea.
Dejo que se calme y poco a poco su tobillo de descongela. Está entumecido y Vicky siente dolor.

Continuará...

Stiven Peláez & Josep Pradas


lunes, 12 de mayo de 2014

RELATO POR ENTREGAS 5


He dado un buen rodeo para llegar a la cita con Vicky. Dejo el coche un poco lejos y me encamino hacia el cruce con la 6ª. Hay mucho tráfico y transeúntes, pero no veo policías. La localizo donde habíamos convenido. Lleva una falda muy corta, y tiene unas piernas muy largas.

Me acerco a ella y la llamo. A un par de metros de distancia veo su rostro ensombrecido. Ya sabe que estoy en busca y captura. Maxwell habrá dado la orden mientras se subía los pantalones. Vicky quiere llevarme detenido a comisaría. La cena se ha ido al garete, y lo que viniese después también.

Vamos hasta su coche, pero no puedo dejar que esto ocurra. Saco la pistola de Maxwell, la amenazo, la amordazo y la obligo a meterse en el maletero. Casi se me olvida quitarle el móvil. Conduzco nervioso. Está anocheciendo. Tengo hambre. Necesito un trago. Ahora soy yo quien suda a borbotones.

Enfilo hacia las afueras de la ciudad. A pocos kilómetros hay una gasolinera. No llevo dinero, pero tengo aquí el bolso de Vicky. Sesenta dólares. Espejo. Una pistola pequeña, rusa, una Makarov muy femenina. Pintalabios y un osito de peluche. Entro en la tienda de la gasolinera. Compro pistachos y un botellín de ginebra, y zumo de melocotón. Regreso al coche y arranco. Conduzco durante dos horas, hasta un motel situado poco más allá de la frontera del estado. Tomo una habitación. Me duele la espalda.

Esto parece tranquilo. Nadie busca a Vicky, había acabado su turno y su coche no levanta sospechas. No sé si alguien la espera en su casa. Deberíamos llegar a Canadá mañana mismo. Siempre he querido conocer Canadá. Mi hermano había estado alguna vez y hablaba muy bien de ese lugar.

Aparco en la parte trasera del motel, junto al edificio de las habitaciones. Abro el maletero y saco a Vicky. Cargo con ella y subo las escaleras rápidamente. Suerte que no hay nadie a estas horas. Mi espalda me pasará factura de todo esto.

Entro en la habitación y la dejo sentada y amarrada a una butaca. Me mira mal. He de centrarme. Tengo a Vicky en mi poder, pero no quiero hacerle daño. Ya no vamos a cenar juntos en aquel restaurante. Pero debo explicarle todo lo que me ha sucedido para que entienda por qué he llegado a esta situación desesperada.

Voy al baño. Necesito sacarme el sudor de la cara. Vicky está cada vez más enfadada conmigo. No sé qué hará cuando le quite la mordaza y quiera hablar con ella, pero debo arriesgarme.

Continuará...

Stiven Peláez & Josep Pradas

domingo, 11 de mayo de 2014

RELATO POR ENTREGAS 4


Llegamos a comisaría. Me pasean por toda la oficina. Suerte que Vicky no está. ¡Qué vergüenza! Entramos en la sala de interrogatorios. Esta vez soy yo quien se sienta frente al espejo. Y Maxwell debe estar al otro lado.

No van a sacar nada de mí, porque no hay nada, salvo que he estado secuestrado durante una noche, de la que no recuerdo nada excepto algunos pinchazos. Pero no me creerían, así que no voy a esforzarme en explicarles nada. Sus trucos no van a servir conmigo, ni el poli bueno y el poli malo, ni el aire acondicionado a tope,  ni la agente despampanante invitándome a un café y poniendo cara de inocente.

Me ofrecen un abogado y lo rechazo, no quiero explicar nada a nadie. Me llevan a una celda. Estoy solo. Me pueden retener un par de días si quieren. Me desplomo en el camastro, necesito pensar con calma. Mi cabeza retumba. Intento pensar pero no puedo, sólo se me aparece la silueta de la agente Vicky, contoneándose. ¡Vicky! ¡La cita! Comienzo a sudar. He de salir, no puedo soportar esta situación. Llevo más de un año sin salir con una mujer decente. Grito y golpeo la pared. Y dejo en la pared la huella de mi puño. Ni un rasguño. Estoy atónito. Repito el golpe y la huella que dejo es aún más profunda. No sé qué me pasa.

Me esfuerzo aún más. Y ahora la tomo con la puerta. Quisiera abrirla, y lo consigo. Una leve presión y la cerradura de seguridad salta como si fuera plástico. No sé qué me pasa, pero estoy libre, y eso es lo que importa en este momento.

Avanzo por el pasillo, he de evitar que me vean. La salida principal queda descartada, porque va a ser imposible atravesarla sin ser visto. Conozco este edificio. Sé que hay un acceso al tejado, poco usado, y desde allí podría alcanzar unas escaleras exteriores que me llevarían hasta la calle y la libertad.

Avanzo unos pasos y escucho otros que se acercan. Alguien viene hacia mí, hablando en voz baja. Es Maxwell camino de mi celda. Veo su perfil, parece que lleva el móvil pegado a la oreja y susurra. Me escondo y pasa a mi altura sin verme, pero cuando alcance mi celda abandonada dará la alarma. Y eso va a ocurrir en pocos segundos. Voy tras él. Le alcanzo justo a la altura de la puerta de mi celda, que ha quedado destrozada. No puedo evitar que alcance el interruptor de la alarma, que comienza a sonar. No me queda más remedio que hacerme con él. Lo agarro por detrás, por sorpresa, y consigo su arma, que le pego a la sien. Y juntos nos vamos arrastrando hacia la planta principal.

Noto las pulsaciones y el sudor que rezuma por su frente. Veo a Maxwell verdaderamente apurado. ¿Qué teme de mí? El camino hacia la planta principal va a ser complicado. Otra opción. Vacilo. En nuestro mismo nivel está el parking, al otro lado del de un grueso muro y una puerta de seguridad. Vamos hacia allá. Nos siguen de cerca. No puedo perder de vista la retaguardia, pero llevo ventaja. Alcanzamos la puerta. Si pude con la de la celda, ésta no se me resistirá. Me concentro y la empujo con fuerza, y cede como si nada. Maxwell suda aún más que antes.

Aún no han llegado hasta aquí, deben pensar que iremos hacia el tejado, que es la salida más fácil. Necesito el coche de Maxwell y le arranco las llaves de dentro de su bolsillo, llevándome un buen pedazo de ropa. Coche localizado. Le quito el resto de la ropa, queda en paños menores y esposado en una tubería. Entro en el coche y arranco, sólo me queda la barrera de la salida. Voy a toda velocidad, el guardia esperará que me pare a su altura y saque mi identificación, pero ya debería estar avisado por la alarma. Así que no voy a pararme. Hago saltar la barrera y alcanzo la calle. Ya soy libre, la avenida se extiende a mis pies. Hundo el pie en el acelerador. Me pierdo en el horizonte. Son casi las seis.
Continuará...
Stiven Peláez & Josep Pradas

sábado, 3 de mayo de 2014

RELATO POR ENTREGAS 3


El taxi se adentra en Chinatown. En pocos minutos me deja a un paso de la dirección que indica el papel. Me apeo y voy caminando con sigilo. He de procurar que no me vean mis propios compañeros, que vigilan el lugar, así que he de buscar una entrada por detrás del edificio. Esto es muy viejo y seguro que hay algún acceso desde alguna trastienda de la zona. Veo un callejón, pero creo que me siguen. Me escondo en un portal. Al frente veo una puerta de madera entreabierta. Salto y cruzo el umbral. 


Tengo suerte: va a parar a la parte trasera del edificio donde está el piso franco, y sólo he de atravesar un pequeño solar desprotegido. Sólo hay ropa tendida. Ropa interior de anciana oriental.



Cruzo con mucho sigilo. Está todo en silencio, como si fuera a estallar una tormenta. Veo una escalera de incendios, por la parte exterior, y subo por ella hasta el tercer piso. Un pequeño esfuerzo y alcanzo una de las ventanas del piso. La puerta cede por pura vejez. Ya estoy dentro. Huele a descomposición. Moscas enormes. Camino a oscuras, todo está cerrado y no quiero dar la luz para no descubrirme. Camino a tientas hasta que tropiezo con algo pesado. Me agacho, palpo, esta mojado, huele mal y está plagado de moscas. Sin verlo bien, sé que he dado con otro cadáver, y lleva días aquí. ¿Cómo demonios vigilan mis compañeros?



Suenan sirenas en la calle, hay pasos en la escalera. Derriban la puerta, el piso es invadido por luces de linterna que me rodean. Aquí están mis compañeros, muy oportunos. Me esposan, encienden luces y fotografían el escenario, a mí incluido. Aún tengo las manos ensangrentadas. Se me llevan. ¡Había quedado con Vicky!

Me acusan de asesinato. Resulta que he abierto en canal a aquel desconocido. No saben con qué arma. Pero hace dos días que está muerto. Creen que he vuelto al escenario para eliminar pruebas. Pero no me pueden relacionar con el cadáver. Aún. Pero después aparece Maxwell y me trae una prueba: mi ADN bajo las uñas del muerto, señal del forcejeo antes de morir. Me desplomo, y ya ni me queda ginebra.
Continuará...
Stiven Peláez & Josep Pradas

jueves, 1 de mayo de 2014

RELATO POR ENTREGAS 2


II

Me siento en mi butaca. Me tienen aquí como si fuera un becario. En vez de avanzar he vuelto al pasado. Sin embargo, debo seguir investigando el caso Jonhs, porque tengo que descubrir quién ha asesinado a mi hermano. Mi hermano no era un angelito, pero tampoco merecía morir así. Si alguien estuviese dispuesto a ayudarme, sería más fácil entrar en los archivos que han bloqueado.


Me llama Maxwell. Ya se ha dado cuenta de que he llegado tarde. Le digo que me emborraché, y mi aliento de ginebra hace creíble la excusa. Le reprocho que estoy aquí desplazado de todos los asuntos importantes. Y se encoge de hombros. Le da igual lo que diga o haga, son órdenes de más arriba. Asuntos Internos han puesto las manos sobre todos los expedientes del caso Jonhs y controlan los movimientos de todos los agentes que lo investigan. Por eso me quiere fuera, soy una mancha negra en su comisaría. ¿Por qué será tan importante el maldito caso Jonhs?

Me acomodo en mi butaca, de nuevo. Cierro los ojos, me duele la cabeza. En un instante me viene a la nariz un aroma conocido: es el perfume de la agente Vicky. Acaba de pasar por mi lado, y no me he dado ni cuenta. ¡Es que no acierto ni en eso! Abro los ojos y sobre mi mesa hay un papel arrugado, como caído del cielo. Lo cojo y lo despliego, leo. Es un informe sobre el caso Jonhs, ¿que alguien ha dejado caer sobre mi mesa? ¡Qué extraño! Hay una dirección e instrucciones para mantener vigilada esa entrada. Parece un piso franco. Me guardo el papel discretamente. 
 
Al extremo de la sala veo moverse la silueta de la agente Vicky. Me levanto y la sigo con la mirada. Parece que va a la máquina del café, un piso más abajo. Ahora la sigo con las piernas.
 
 
 
Continuará...
 
Stiven Peláez & Josep Pradas