Llego al laboratorio. Cierro los
ojos y comienzo a pensar en mi hermano, y recuerdo cómo de niños nos pegaba
nuestro padre cuando bebía demasiado.
Ese recuerdo siempre me ha alterado. Creo que funcionará. Me enfrento al
primer policía, de guardia en la entrada del escenario. Lo toco con fuerzo y
queda tieso bajo una capa de hielo. No ha tenido tiempo de reaccionar. Avanzo,
una puerta y otro policía. Como mi acción ha sido silenciosa y rápida, está
desprevenido y lo congelo también sin alertar a los demás.
El siguiente paso es la sala donde
está el cadáver. Nunca me había movido tan rápido y ágil, y mi dolor de espalda
parece haberse desvanecido. He de aprovechar mis poderes, y ahora hay tres
agentes en esa sala. Comienzo asaltando al más cercano, y luego salto para
tocar a los otros dos, que están juntos. Han quedado atrapados en una masa de
hielo. Tengo vía libre.
Veo el cadáver, abierto en canal. Me
acerco. Examino sus brazos y detecto señales de numerosas inyecciones. Eso me hace pensar en la noche
que estuve secuestrado. A mí también me inyectaron.
Escucho ruido y me escondo. Aparece
Maxwell, y llega solo. Está alterado, porque ha visto a los agentes congelados.
Comienza a dar vueltas por la sala, como buscando algo. Grita: “¡Sé que estás
aquí! Espero que entiendas lo especial que eres. A éste lo maté porque no
funcionó”.
Salgo de
mi escondrijo. Estoy enfurecido. Sudor frío. Maxwell me mira. Saca un arma y no
me da tiempo a reaccionar. Dispara. Noto el golpe de la bala en mi pecho, pero
rebota y cae al suelo, aplastada por su propio impulso. Siento mareo. Voy a
caer. Estoy en sus manos.
Continuará...
Stiven Peláez & Josep Pradas
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